Ellas
Para las mellis
Ese día llegó tardísimo, pero en vez de pedir disculpas, como siempre, dejó su mochila sobre las gradas de cemento y no dijo nada. Tenía el pelo más desordenado que de costumbre, y la mirada ausente, triste. Yo nunca la había visto así. Con mi hermana nos quedamos sin saber qué decirle porque en general ella no era de llorar, ni de angustiarse, y si bien ese día no lloraba, tenía como algo atragantado, como metido ahí. Mi hermana le preguntó qué le pasaba y por unos segundos ella se limitó a negar con la cabeza hasta que dijo que mejor nos contaba otro día.
Yo me moría de intriga pero no pregunté nada porque no me salió. Y es que me sentía mal porque era más fuerte la curiosidad que la preocupación por mi amiga. Entre risas, mi hermana le dijo que se dejara de joder, que hablara, que no nos dejara con la duda. Yo no me reí porque no podía. Entonces, ella empezó a retorcerse las manos y se fue del galpón, de la cancha donde jugábamos, y la seguimos. Yo sabía que quería hablar porque si no hubiera actuado como si nada, algo que hacía muchas veces, pero entonces pensé que, quizás, esa vez había perdido el control.
Se detuvo y miraba un punto fijo en la pared de cemento mientras mi hermana le pedía que nos contara de una vez. Le repetía que ya iba a empezar el entrenamiento, que se dejara de joder, le preguntaba qué podía ser tan terrible, le aseguraba que podía confiar en nosotras. Yo, que estaba parada junto a ellas, la escuché decir que confiaba, que no era eso. Y le creí. Vi que sus ojos se movían, que buscaban un lugar donde apoyarse, y pensé que, si hubieran podido, se habrían metido adentro, para no salir hasta que terminase lo que fuera que estaba pasando. Todavía se retorcía las manos y quise agarrárselas, tomarlas entre las mías, sostenerlas. Le hubiera dicho que me mirase a mí, que a mí podía mirarme, podía entrar en mí y estar segura si quería, pero me quedé de pie junto a ella, mientras mi hermana le insistía con que nos dijera, dale, decinos, ¿por qué no nos decís? Me pregunté qué podía ser eso que tenía para decirnos, para decirme, después de dieciséis años de amistad, y no se me ocurría nada. Yo tenía la cabeza en blanco, y mientras tanto, mi hermana reía.
Ella dijo muchos a ver, bueno, ¿vieron qué?, y eso la hacía salir de sí misma, volver a entrar, abrir y cerrar, hasta que en algún punto escupió, reventó, cagó, algo le salió del cuerpo, de las tripas, de abajo, de alguna profundidad de las que no se eligen, donde no hay nada que decidir, como cuando te tiemblan las piernas. Los ojos se le hundían más y más en su cuerpo abrumado, encerrado, clavado en sí mismo, y las manos todavía trataban de suicidarse. Ella dijo las palabras enamorarse y mujer entre muchas otras que no escuché, o que en algún punto dejé de entender. Y en una pausa que duró diecisiete años y más, ninguna de las tres rió, ni habló, ni miró a la otra. Entonces pensé en ella en el patio de la escuela un día que pateaba unas piedritas contra la alcantarilla. Me acordé de sus dos colitas siempre desprolijas. Me acordé de esos años en los que ella era más chiquita que yo, antes de pegar el estirón, cuando era la segunda de la fila. Recordé que su hermano le decía enana, y a su novio de la primaria que se comía los mocos y los poliladron y los juegos en casa donde hacíamos de huérfanas, y de cómo disfrutaba ella al construir la casita, y el juego de la mamá y las hijas, donde ella siempre era mi mamá; la miré y por un segundo dejé de ver su ella actual y vi a todas sus ellas juntas, las vi a todas retorcidas en sí mismas, apelmazadas, agolpadas, machacadas, oprimidas, apretadas entre todas, perdidas.
Mi hermana le dio una palmada en la espalda, tiró una risa al aire y le dijo que, si le había sacado el puesto en el equipo y la había perdonado, por qué iba a molestarse por esa pelotudez. Ella rió con alivio, y cuando me miró, me sentí atravesada. Vi que todos esos ojos de todas esas ellas me buscaban y supe que podría protegerlas a todas: a la de la casita, a la de las colitas, a la que era mi mamá, a la que se retorcía ante mí a la espera de una palabra, de algo; y dije, si sigo así con los hombres, me parece que voy a tirarme para tu lado. Y entonces todas ellas sonrieron.